El tren discurría
por la campiña entre naranjos y limoneros, la huerta lucia en todo su esplendor,
las mangueras de riego serpenteaban entre los naranjos: a la izquierda grupos
de casitas blancas engalanadas con flores de todos los colores se asentaban
alrededor de una iglesia, pequeños cementerios dejaban ver su figura por entre
las tapias desconchadas por el tiempo.
Sentada en el
vagón veía pasar ante mis ojos aquella maravilla. Después de un tiempo de
contemplar el paisaje, de ver desfilar árboles, que como fantasmas aparecían y desaparecían
a lo largo del camino, saqué un libro del bolso y me puse a leer. “La sombra
del viento” era su título, me lo había regalado mi hija hacia unos días por mi
cumpleaños.
--- Mama es precioso, llévale en el viaje y se te hará más corto el trayecto---
Así fue, su
trama me envolvió y por unos momentos me olvidé del tren, del paisaje y de todo
lo que me rodeaba.
Un ruido en la
puerta del compartimiento me sobresaltó, un señor de unos cincuenta años, el
pelo con algunas canas, alto, muy bien vestido entró en el vagón.
---Buenos días siento haberla asustado---
Aquella voz… me sonó familiar
pero ¡no podía ser!.
---Buenos días estaba tan ensimismada en la lectura….---
---Yo también llevo un libro cuando voy de viaje me entretiene---
Otra vez
aquella voz, no puede ser, volví a decirme
Abrí el libro intentando leer,
pero no podía concentrarme en la lectura, le miré, nuestras miradas se cruzaron,
sus ojos eran de un azul intenso, algo vi en ellos que hizo que mi corazón
latiera con fuerza.
Deseaba saber
más cosas de aquel hombre y me sorprendí preguntando.
---¿Va muy lejos?---
---Voy a Játiva, nací y viví allí hasta que me casé y me trasladé a
Madrid---
---¿Y usted?---
---Voy a Valencia a pasar unos días con mi hermano, le han operado y
estoy deseando de llegar---
¡Cada vez
estaba más segura de que era él! Su voz, y aquellos ojos azules eran los mismos
que yo recordaba.
---Yo voy a un funeral me dijo y al mismo tiempo a visitar de nuevo el
pueblo que hace tiempo que no veo---
---¿Tiene hijos---le pregunté
---Si tengo tres, dos chicos y una chica----
La emoción me
embargaba las palabras se negaban a salir de mi garganta, tenía que hacer
verdaderos esfuerzos.
---Yo tengo una hija de veinte años--- le dije
---No parece que usted pueda tener una hija de esa edad, está muy
joven----
---Gracias---- Le contesté
Aquellas
palabras “Desde que me casé” martilleaban en mi cerebro. ¡Estaba casado! Vivía
en Madrid como yo y no le había visto nunca. Cerré los ojos, por mi cabeza
empezaron a desfilar imágenes que había vivido y que yo creí que había logrado
olvidar, pero no, seguían permaneciendo allí en un rincón de mi corazón.
Ahora lo veía claro,
un mes de agosto de hacía muchos años toda la familia habíamos ido a pasar el
verano a un pueblo de Valencia. Nos instalamos en un hotel, él trabajaba allí
de recepcionista.
El día que
llegamos no me fije, al entrar en el hotel me entusiasmé contemplando lo bonito
que era, tenía siete plantas a las que accedías por dos ascensores decorados
con espejos, los pasillos alfombrados de rojo y varios cuadros decoraban las
paredes.
Esa noche nos
acostamos pronto, estábamos cansados del viaje. Mi habitación era amplia,
estaba decorada con gusto, se encontraba en el tercer piso. Me metí en una de
las camitas apagué la luz de una lámpara de cristal que estaba en la mesilla de
noche y me dormí.
A la mañana
siguiente me levanté, coloqué la ropa en un armario grandísimo y después de
asearme me reuní con mis padres y hermano, bajamos a desayunar, luego daríamos un
paseo por el pueblo, Fui a dejar las llaves al mostrador y él estaba allí, esta
vez sí me fijé sobre todo en sus ojos de un azul que creí que estaba viendo un trocito
de cielo.
Después de
varios días mirándonos, me dijo.
---¡Que guapa eres ,perdona pero no puedo dejar de mirarte!---
---Gracias--- Le contesté con una sonrisa, porque a mí me pasaba lo
mismo! que apuesto estaba con su uniforme azul marino, su voz era suave ,
aterciopelada, me empezó a gustar y al de unos días de llegar, me había enamorado,
mejor dicho nos habíamos enamorado.
Fue un tiempo maravilloso,
solo nublado por el fantasma de la separación.
Llegó el día
de decirnos adiós, nos besamos llorando y nos juramos amor eterno.
Ya en Madrid
los días eran tristes, solo vivía para el recuerdo de aquel amor y para la
llegada de sus cartas. Al principio me escribía casi todos los días, me decía que
desde que me fui aquello para él ya no era lo mismo y lo mucho que me quería.
Poco a poco las cartas se fueron distanciando y al fin no volvió a escribir, yo
esperaba al cartero día tras día pero no supe más de él.
Al cabo de unos
meses nació mi hija, con sus mismos ojos azules, él nunca lo supo, esa hija
sería solo mía y de mis padres que fueron los que me ayudaron a sacarla a
delante.
Y hoy en este
tren le he vuelto a ver, es él, no tengo ni la más pequeña duda, él no me reconoce
yo en cambio no me había olvidado de su cara, la veía todos los días en la de
mi hija.
Y así entre
pasado y presente llego a mi destino, nos damos un apretón de manos y él me
dice.
---Encantado de haberla conocido---
¡Que burla del
destino! Era yo la que le había conocido a él y no estaba precisamente
encantada. No le contesto, y pensando que la vida muchas veces nos lleva la contraria,
cojo mi maleta y con un nudo en la garganta me bajo al andén. El tren se pone
en marcha, le veo a través del cristal de la ventanilla, le sigo con la mirada
hasta que desaparece, y le digo adiós con el corazón.
SARA-9-015