miércoles, 15 de mayo de 2013

CLAVADO LOS PIES EN LA TIERRA




 
 Han trascurrido muchos años desde aquellos hechos, mi cara se ha llenado de arrugas y mi pelo está blanco; mi único patrimonio es la memoria.
   Hoy, las lágrimas se mezclan con los recuerdos de aquel tiempo.
  Vivíamos en un caserío rodeado de frutales, de una tierra labrada por mi padre en las horas que le quedaban libres, después del trabajo en la fábrica, teníamos gallinas, conejos… mi madre cuidaba de mi y de la casa. Yo tenía cinco años entonces y mi niñez trascurría feliz, pero todo acabó al estallar la guerra civil, a mi padre le llevaron al frente y mi madre no volvió a reír; poco tiempo después, me enviaron a otro país, soy de esos niños, que llaman de la guerra.
    Recuerdo aquel día con toda nitidez, mi madre me levantó de la cama muy temprano, me vistió con la ropa de los domingos y me dijo, tenemos que darnos prisa que vamos a coger el tren, por el camino a la estación, mi madre no cantaba como otras veces, lloraba, yo en cambio daba saltos de contento, ¡Me iba a montar en el tren! con los ojos bien abiertos miraba por la ventanilla, ajena a lo que me esperaba.
   Llegamos a un sitio, donde había mucha gente, que corría de un lado a otro, la mayoría eran niños, mi madre agarrándome fuerte de la mano, me dijo.   
---Hija ves ese barco tan bonito, tu vas a ir en él con todos estos niños.
    Yo la miré extrañada y le pregunté ¿y tú?.
    ---No, yo no puedo ir, me tengo que quedar con la abuela.
     Yo tampoco quiero ir sola, le decía, agarrándome a su falda y llorando.
     Aún hoy parece  que siento sus brazos apretándome fuerte y diciéndome, no llores hija que allí vas a estar bien, no hay guerra y te cuidarán.
   La travesía fue larga y muy triste, todos los niños apilados en una bodega llorando, llamaban a sus madres. Cuando llegamos, nos llevaron a una nave grande, donde había muchas camas y nos mandaron acostarnos, no pude dormir, solo lloraba acordándome de mi madre, la veía, allí, en el muelle, quieta, como si la hubieran clavado los pies en la tierra, solo movía el  brazo y con la mano me mandaba besos y me decía adiós.
   Al de unos días  me entregaron a una familia sin hijos, fueron muy buenos y los quise mucho, poco a poco se me fue borrando muchas cosas que había dejado  atrás, lo que nunca se me olvidó fue la imagen de mi madre, quieta en el muelle, aquello se quedó marcado a fuego.
    Cuando la guerra terminó, empecé a tener noticias de casa, a mi padre le habían matado en la guerra, mi madre se quedó sola con mi abuela, yo, ya tenía ocho años, llevaba tres con otra gente  y desde la distancia no lo sentí, como si hubiera estado con ellos.
   La familia que me acogió me quisieron como a una hija,y yo como si fueran mis padres, me dieron estudios, cuando terminé la carrera tenía veintidós años, ¡Habían pasado diecisiete!
   Un día recibí una carta donde me decían que mi madre estaba enferma y algo se me removió en el alma,  al día siguiente regresé a España, el viaje se me hizo mas largo que cuando me fui ¡Tenía tantas ganas de abrazar a mi madre! Al fin podría estar con ella! y pedirle perdón por no haber venido antes.
   Si, estuve con ella, pero junto a  su tumba. Llegué tarde y no me lo he perdonado nunca.
   Allí, junto a ella, perdí la noción del tiempo, recuerdo que entre lágrimas le dije, madre, hoy estoy como tu estabas cuando me fui, quieta, como si me hubieran clavado los pies a la tierra y como tu, solo puedo mover el brazo para decirte adiós. Te quiero.
     Hoy cuando mi cuerpo se dobla por los años, mi memoria me ha gastado una mala pasada, haciéndome recordar, aquellos años duros de mi vida.

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