Han trascurrido muchos años desde aquellos
hechos, mi cara se ha llenado de arrugas y mi pelo está blanco; mi único
patrimonio es la memoria.
Hoy, las lágrimas se mezclan con los recuerdos de aquel tiempo.
Vivíamos en un caserío rodeado de frutales, de una tierra labrada por mi
padre en las horas que le quedaban libres, después del trabajo en la fábrica, teníamos
gallinas, conejos… mi madre cuidaba de mi y de la casa. Yo tenía cinco años
entonces y mi niñez trascurría feliz, pero todo acabó al estallar la guerra
civil, a mi padre le llevaron al frente y mi madre no volvió a reír; poco
tiempo después, me enviaron a otro país, soy de esos niños, que llaman de
la guerra.
Recuerdo aquel día con toda nitidez, mi
madre me levantó de la cama muy temprano, me vistió con la ropa de los domingos
y me dijo, tenemos que darnos prisa que vamos a coger el tren, por el camino a
la estación, mi madre no cantaba como otras veces, lloraba, yo en cambio daba
saltos de contento, ¡Me iba a montar en el tren! con los ojos bien abiertos
miraba por la ventanilla, ajena a lo que me esperaba.
Llegamos a un sitio, donde había mucha gente, que corría de un lado a
otro, la mayoría eran niños, mi madre agarrándome fuerte de la mano, me dijo.
Yo la miré extrañada y le pregunté ¿y tú?.
---No, yo no puedo ir, me tengo que quedar
con la abuela.
Yo tampoco quiero ir sola, le decía,
agarrándome a su falda y llorando.
Aún hoy parece que siento sus brazos apretándome fuerte y diciéndome,
no llores hija que allí vas a estar bien, no hay guerra y te cuidarán.
La travesía fue larga y muy triste, todos los niños apilados en una
bodega llorando, llamaban a sus madres. Cuando llegamos, nos llevaron a una
nave grande, donde había muchas camas y nos mandaron acostarnos, no pude dormir,
solo lloraba acordándome de mi madre, la veía, allí, en el muelle, quieta, como
si la hubieran clavado los pies en la tierra, solo movía el brazo y con la mano me mandaba besos y me
decía adiós.
Al de unos días me entregaron a
una familia sin hijos, fueron muy buenos y los quise mucho, poco a poco se me
fue borrando muchas cosas que había dejado
atrás, lo que nunca se me olvidó fue la imagen de mi madre, quieta en el
muelle, aquello se quedó marcado a fuego.
Cuando la guerra terminó, empecé a tener
noticias de casa, a mi padre le habían matado en la guerra, mi madre se quedó
sola con mi abuela, yo, ya tenía ocho años, llevaba tres con otra gente y desde la distancia no lo sentí, como si
hubiera estado con ellos.
La familia que me acogió me quisieron como a una hija,y yo como si fueran mis padres, me dieron
estudios, cuando terminé la carrera tenía veintidós años, ¡Habían pasado
diecisiete!
Un día recibí una carta donde me
decían que mi madre estaba enferma y algo se me removió en el alma, al día siguiente regresé a España, el viaje se
me hizo mas largo que cuando me fui ¡Tenía tantas ganas de abrazar a mi madre!
Al fin podría estar con ella! y pedirle perdón por no haber venido antes.
Si, estuve con ella, pero junto a su tumba. Llegué tarde y no me lo he perdonado
nunca.
Allí, junto a ella, perdí la noción del tiempo, recuerdo que entre
lágrimas le dije, madre, hoy estoy como tu estabas cuando me fui, quieta, como
si me hubieran clavado los pies a la tierra y como tu, solo puedo mover el
brazo para decirte adiós. Te quiero.
Hoy cuando mi cuerpo se dobla por los años,
mi memoria me ha gastado una mala pasada, haciéndome recordar, aquellos años
duros de mi vida.
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