Sentada en mi mecedora, veo caer la nieve
a trabes de la ventana de la salita. La calle se va cubriendo de un blanco manto, mirlos, gorriones
tordos...invaden mi jardín, tratando de encontrar comida entre la nieve.
Junto a mí, está la butaca vacía donde
él se sentaba, la miro fijamente, me parece verle allí, con su bata de cuadros,
sus zapatillas, la mirada perdida; aquella mirada que te clavaba interrogante,
sin saber muy bien lo que le estaba pasando. Sin darme apenas cuenta de lo que
hago, comienzo a hablarle.
¡Que jóvenes nos casamos! Le digo. Con
cuanta ilusión empezamos a caminar juntos, hacer planes para el futuro,
estábamos convencidos que nadie se quería como nosotros; ¡aquella época fue
maravillosa¡
Al de un tiempo vinieron los hijos, ¡cinco!
Una niña y cuatro niños ¡Cómo te cambia la vida! O quizás no sean ellos
exactamente, si no que cuando eres joven te agobian las responsabilidades.
Nuestro gran amor se nos fue deteriorando. Yo te echaba en cara que pasabas
mucho tiempo fuera de casa, tu me decías que se me había olvidado ser mujer,
que solamente era madre.
¿Qué nos pasó? Quizás todos los problemas
los hubiéramos podido solucionar hablando, pero no lo hicimos y los silencios y
la indiferencia nublaron nuestra existencia.
Fueron unos años de incomprensión, donde
mi vida se reducía a dos cosas, la casa y los hijos, la tuya, amigos hasta
altas horas, quizás amigas... nunca lo supe.
En aquellas noches de soledad, donde el oído escrutaba todos los
sonidos, esperando oír el ruido de las llaves en la puerta, llegué a creer que nuestro amor se había
terminado, una mezcla de decepción
y pena me embargaba , un sabor a
lágrimas, me acompañaba hasta la madrugada.
Sin embargo, el
fuego que sentimos tiempo atrás, no se había apagado del todo, quedaban rescoldos, y un día sin saber como, nos miramos a los ojos
y hablamos. ¡Habíamos madurado! Y aquellas cenizas volvieron a calentar
nuestros corazones.
Los hijos se hicieron mayores y nos fueron
dejando, nos quedamos solos, aquella pasión de los años jóvenes se trasformó en
un amor tranquilo.
¿Te acuerdas
cuando te jubilaste? Lo celebramos por todo lo alto; ese día comimos de
“restaurante” y por la tarde fuimos al teatro, vimos a Celia Gamez en la revista “Estudiantina portuguesa” Nunca
se me ha olvidado.¡Fue un día feliz! Regresamos a casa cogidos de la mano, nos
sentamos en el mismo sitio en el que estamos hoy, tu me dijiste, ahora que los
hijos se han ido, vamos a disfrutar todo lo que por una causa o por otra no
hemos podido.
¡Que tontos fuimos! ¡Cuánto tiempo
perdido cariño! El orgullo nos jugó una mala pasada y dándonos un beso, nos
pedimos perdón por todo lo que habíamos hecho mal.
No pudimos gozar mucho tiempo de aquel
oasis en el que vivíamos.
En la vida cuando crees que todo
va perfecto, aparece Dios, el destino o quien sea y lo pone todo patas arriba.
. Empezaste a tener olvidos, al principio eran
pequeñas cosas que a ti te preocupaban, en cambio a mí me parecían normales,
pero poco a poco iban siendo cada vez mayores. Cuando venían los hijos a veces
no podías acordarte como se llamaban y tu cara reflejaba todo la tristeza que
eso te causaba.
Fuimos a que te viera un médico y después
de varías pruebas te diagnosticaron alzeimer. fue un golpe terrible y nuestra
vida ya no fue la misma.
Había momentos que no sabías quién era
yo y cuando me acercaba a ti te ponías violento. Otras veces te dabas cuenta de
lo que te estaba pasando y en esos minutos de lucidez apurabas, hasta el ultimo
instante, tu vuelta a la vida, entonces me cogías fuerte de las manos, la
tristeza nublaba tus ojos, una lágrima corría por tu cara, hasta que de nuevo
retornaba la espesa niebla y volvías a ser un niño desamparado.
Fueron unos años de infierno, ¡cuanto
sufrimos! Al ver como te ibas deteriorando día a día, hasta que te fuiste para
siempre.
Me quedé sola añorando los días felices y
procurando olvidar los malos.
Hoy como ves, las arrugas surcan mi cara
y mi pelo tiene el color de la nieve que cubre la calle, una vez oí que, los
días, los años, son letras de cambio que vencen a plazos inevitables, las tuyas
Raúl vencieron hace cinco años, yo, estoy esperando a que venzan las mías. La
butaca sé que está vacía pero quiero pensar que él está conmigo. Ahora me
voy, le digo mandándole un beso, otro día volveremos a sentarnos frente a
frente, para seguir recordando. Te quiero.
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