El coche avanza por la carretera; Sentada
junto a mi hijo, contemplo a través de la ventanilla el paisaje, el sol ha salido de su letargo, a rasgado las
nubes y brilla en todo su esplendor.. Rebaños de ovejas pacen en el campo, los corderillos
recién nacidos corren detrás de sus madres, emulando una orquesta con sus incipientes validos.
El coche
sigue tragando kilómetros, veo pasar los árboles, las casas, campos de
girasoles, con la misma rapidez que ha pasado mi vida.
Me arrellano en mi asiento y con una sonrisa feliz miro
a mi hijo .
.---Ya
te has salido con la tuya---me dijo.
----Por
fin has conseguido lo que querías---
--No
te imaginas lo contenta que estoy,----le
contesté.
¡Cuantos recuerdos se agolpan en mi
cabeza! Después de tantos años, lograba
volver y como si rebobinara una película, me vi con ocho años, hacía poco
tiempo que la guerra civil española había terminado, mi padre, un hombre de
veintiocho años había muerto en ella, nunca supimos ni cuando ni donde, fue uno
de tantos desaparecidos, uno de aquellos que alguien dijo que habían dado su vida por la patria ¡Que
mentira! Mi padre no quiso ir a la guerra le obligaron, no dio su vida se la quitaron, y me quedé sin él .
Yo tenía unos tíos “los ricos de la
familia” según decía mi madre, las
vacaciones de verano, semana santa y navidad, las tenia que pasar con ellos.
---Madre
no quiero ir--- le decía
---Hija
tienes que hacerlo, con ellos no te faltará nada y aquí carecemos de todo.
Y allí estaba yo añorando mi casa, mi
sitio, con unos tíos severos y duros que me decían aquí aprenderás a ser una
mujer el día de mañana y tenia que aguantar muchas cosas, porque me daban de
comer.
Un día me dijo mi madre.
---Hija
tus tíos te van a llevar a un pueblo de Burgos donde una familia amiga de
ellos, se va hacer cargo de ti.
--No,
no quiero ir—dije llorando
No
llores que allí vas a estar muy bien,---
Y así fue, no me faltó nada, tenía
comida, ropa y ellos eran buenos, pero no tenía a mi madre que a esa edad es lo mas importante;
Una mañana salimos de Bilbao mi tío y
yo.
Era la primera vez que me montaba en un
autobús, este, era viejo, las maletas las colocaba el chofer en el techo del
coche, al cual se subía por una escalera de hierro sujeta a la parte de atrás.
Yo, con la inocencia que se tiene a esa
edad, disfrutaba del viaje, el autobús iba recorriendo kilómetros entre
pinares, campos de cereales, pequeños pueblos, en cuyas torres de las iglesias
anidaban las cigüeñas, mis ojos lo miraban todo con sorpresa, hasta que un
rechinar de frenos rompió mi ensueño.
La realidad se me mostró en toda su
crudeza, yo no sabia muy bien donde iba, y el miedo a lo desconocido me asustó
y empecé a llorar
--No llores dijo mi tío, contenta tendrías que
estar y agradecida de que esta gente se haga cargo de ti.
Él se fue
al de dos días de llegar, yo me quedé
sola, con aquella familia desconocida
. .
El pueblo era pequeño, estaba rodeado de
pinares, cada pino tenia un tiesto en su tronco para recoger la resina, había
extensiones inmensas de cereales, lentejas, garbanzos.....allí vi por primera
vez amanecer, cuando montadas en los machos nos llevaban a las fincas, aún
recuerdo los nidos de codornices, entre el trigo, con sus huevos llenos de
pintas. Fue un tiempo en mi vida donde aprendí a amar la naturaleza. Estuve
tres meses con aquella familia, llegué a quererlos a ellos y a todo el entorno, el día de mi marcha
prometí volver.
Hoy después de unas horas de viaje he cumplido
mi promesa, al verlo, he sentido renacer en mi interior la niña que hace años
pisó sus calles.
El pueblo está como yo le recordaba, no ha
crecido nada, al contrario, mucha gente se ha marchado a la ciudad.
Subo
hasta las eras donde se trillaba los cereales, están cubiertas de zarzas y
malas yerbas, los pinos ya no tienen el tiesto sujeto a su tronco, pienso que
aquello se habrá quedado anticuado, pero siguen aquí como centinelas. Los
campos lucen sus espigas doradas, ahora
se ven máquinas segadoras, las hoces con las que se segaba antaño se han
quedado en los camarotes, testigos mudos del sudor y el trabajo de entonces.
En la casa
donde estuve no habita nadie, los padres habían muerto y los hijos se marcharon del pueblo.
Las
paredes están medio derruidas, se nota el paso de los años que no perdona, todo
está mas viejo, como yo, que aquella niña de ayer, hoy es una persona mayor.
Pero me
ha encantado volver, pienso que el tiempo todo lo envejece, todo menos los
recuerdos, los recuerdos es lo único que permanecen jóvenes.
Después de unas horas de recorrer el
pueblo; donde las piedras, el río, las gentes, me transportan a sesenta años
atrás, le agradezco a mi hijo que me
haya traído y con un sabor agridulce volvemos a casa.