lunes, 17 de junio de 2013

VOLVER



           El coche avanza por la carretera;  Sentada  junto a mi hijo, contemplo a través de la ventanilla el paisaje,  el sol ha salido de su letargo, a rasgado las nubes y brilla en todo su esplendor.. Rebaños de ovejas pacen en el campo, los corderillos recién nacidos corren detrás de sus madres, emulando  una orquesta con sus incipientes validos.
        El coche sigue tragando kilómetros, veo pasar los árboles, las casas, campos de girasoles, con la misma rapidez que ha pasado mi vida.
Me arrellano en mi asiento y con una sonrisa feliz miro a mi hijo .
.---Ya te has salido con la tuya---me dijo.
----Por fin has conseguido lo que querías---
--No te imaginas lo contenta que estoy,----le contesté.
     ¡Cuantos recuerdos se agolpan en mi cabeza! Después de tantos años,  lograba volver y como si rebobinara una película, me vi con ocho años, hacía poco tiempo que la guerra civil española había terminado, mi padre, un hombre de veintiocho años había muerto en ella, nunca supimos ni cuando ni donde, fue uno de tantos desaparecidos, uno de aquellos que alguien dijo  que habían dado su vida por la patria ¡Que mentira! Mi padre no quiso ir a la guerra le obligaron, no dio su vida  se la quitaron, y  me quedé sin él .
       Yo tenía unos tíos “los ricos de la familia” según decía mi madre,  las vacaciones de verano, semana santa y navidad, las tenia que pasar con ellos.
---Madre no quiero ir--- le decía
---Hija tienes que hacerlo, con ellos no te faltará nada y aquí carecemos de todo.
       Y allí estaba yo añorando mi casa, mi sitio, con unos tíos severos y duros que me decían aquí aprenderás a ser una mujer el día de mañana y tenia que aguantar muchas cosas, porque me daban de comer.
      Un día me dijo mi madre.
---Hija tus tíos te van a llevar a un pueblo de Burgos donde una familia amiga de ellos,  se va hacer cargo de ti.
--No, no quiero ir—dije llorando
No llores que allí vas a estar muy bien,---
        Y así fue, no me faltó nada, tenía comida, ropa y ellos eran buenos, pero no tenía a mi  madre que a esa edad es lo mas importante;
       Una mañana salimos de Bilbao mi tío y yo.
        Era la primera vez que me montaba en un autobús, este, era viejo, las maletas las colocaba el chofer en el techo del coche, al cual se subía por una escalera de hierro sujeta a la parte de atrás.
      Yo, con la inocencia que se tiene a esa edad, disfrutaba del viaje, el autobús iba recorriendo kilómetros entre pinares, campos de cereales, pequeños pueblos, en cuyas torres de las iglesias anidaban las cigüeñas, mis ojos lo miraban todo con sorpresa, hasta que un rechinar de frenos  rompió mi ensueño.
       La realidad se me mostró en toda su crudeza, yo no sabia muy bien donde iba, y el miedo a lo desconocido me asustó y empecé a llorar
--No llores dijo mi tío, contenta tendrías que estar y agradecida de que esta gente se haga cargo de ti.
      Él se fue al de dos días de llegar, yo me quedé  sola, con aquella familia desconocida  . .
      El pueblo era pequeño, estaba rodeado de pinares, cada pino tenia un tiesto en su tronco para recoger la resina, había extensiones inmensas de cereales, lentejas, garbanzos.....allí vi por primera vez amanecer, cuando montadas en los machos nos llevaban a las fincas, aún recuerdo los nidos de codornices, entre el trigo, con sus huevos llenos de pintas. Fue un tiempo en mi vida donde aprendí a amar la naturaleza. Estuve tres meses con aquella familia, llegué a quererlos a ellos y  a todo el entorno, el día de mi marcha prometí volver.
  Hoy después de unas horas de viaje he cumplido mi promesa, al verlo, he sentido renacer en mi interior la niña que hace años pisó sus calles.
  El pueblo está como yo le recordaba, no ha crecido nada, al contrario, mucha gente se ha marchado a la ciudad.
       Subo hasta las eras donde se trillaba los cereales, están cubiertas de zarzas y malas yerbas, los pinos ya no tienen el tiesto sujeto a su tronco, pienso que aquello se habrá quedado anticuado, pero siguen aquí como centinelas. Los campos  lucen sus espigas doradas, ahora se ven máquinas segadoras, las hoces con las que se segaba antaño se han quedado en los camarotes, testigos mudos del sudor y el trabajo de entonces.
      En la casa donde estuve no habita nadie, los padres habían muerto y los hijos se marcharon del pueblo.
      Las paredes están medio derruidas, se nota el paso de los años que no perdona, todo está mas viejo, como yo, que aquella niña de ayer, hoy es una persona mayor.
         Pero me ha encantado volver, pienso que el tiempo todo lo envejece, todo menos los recuerdos, los recuerdos es lo único que permanecen jóvenes.

      Después de unas horas de recorrer el pueblo; donde las piedras, el río, las gentes, me transportan a sesenta años atrás, le agradezco a mi hijo  que me haya traído y con un sabor agridulce volvemos a casa.   

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